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¿Ayuda, placebo u obstáculo?: Balance de mi paso por Alcohólicos Anónimos

En mi última entrada, tras el encuentro con el compañero recaído y mi continuada sensación de “parálisis por análisis”, me preguntaba si quizás mi paso por AA no resultó ser más contraproducente que otra cosa, para concluir que era imposible responder la pregunta. Sin embargo, seguí dándole vueltas unos días, porque empezaba a autoflagelarme por haber tomado la (quizás errónea) decisión de acudir a AA y ello podía suponer un obstáculo añadido a mi recuperación.

Existen por supuesto aspectos positivos. Es muy probable que, de no ser por AA, no hubiera iniciado mi proceso de recuperación. De entrada, fue mi amigo “ex-alcohólico” de fuera quien primero me ayudó a reconocer que me había vuelto alcohólica. Ni mis amig@s no-alcohólic@s de aquí, ni el psicólogo al que había estado yendo durante un año (aunque cada vez más esporádicamente), prestaban atención cuando les decía que estaba “bebiendo en exceso”, supongo que porque nunca me vieron “borracha” y yo no daba el perfil de la persona alcohólica estereotípica. En cambio, este amigo entendió perfectamente a qué me refería cuando por fin se lo confesé y poco a poco me hizo confrontar el hecho de que debía dejar de beber por completo y no sólo eliminar el que yo consideraba “consumo superfluo”, puesto que para entonces esto último ya no era posible.

Y cuando por fin, tras tres meses de autonegación, asumí finalmente que no podía seguir así, fue la perspectiva de ir a AA “la semana que viene” lo que me ayudó. Mi primer día de abstinencia, como ya relaté en este blog, no fue planificado. Sin embargo, al día siguiente me levanté aterrada, pensando que sería incapaz de repetir la proeza y sólo logré hacerlo (o eso me pareció) gracias a la compañera con la que hablé por la mañana y que sabía que me acompañaría a una reunión por la tarde.

Pero ahora encuentro muchos más aspectos negativos. Muy pronto me perturbaron ciertos dictámenes de AA – aparte, por supuesto, de los intentos de lavado de cerebro religioso, de los que he hablado ya ampliamente –: el carácter “incurable” de la “enfermedad”; la idea de que somos “impotentes” ante el alcohol; la amenaza de que dejar de asistir a las reuniones conduce automáticamente a la recaída y el énfasis en los “defectos morales”. Así como también sus carencias: el absoluto silencio en torno al dolor (que posiblemente contribuya más al alcoholismo que cualquier “falla de carácter”) y la ausencia absoluta de herramientas para atajar los impulsos de beber (más allá del rezo bajo una forma u otra, o los que siempre me parecieron unos absurdos doce pasos).

Conforme pasaba el tiempo, más paralizada me veía por el miedo. Era como si hubiese reemplazado la “energía” que antes dedicaba al alcohol (planificar mis días en torno a las sucesivas cervezas, vinos y chupitos; dilucidar modos de reducir el consumo; regodearme en la depresión y la autoconmiseración) con la obsesión por evitar exponerme a cualquier potencial detonante y el temor a que hacer cosas desagradables, estresantes o simplemente “nuevas” me provocara deseos de beber o, peor aún, una recaída. Seguía, además, dedicando demasiada atención al daño que me causaron después del primer mes: las reuniones de las que salía cabreada y/o asustada, la decepción por que en última instancia no fuera el grupo de apoyo que pretendía ser y el miedo, sobre todo el miedo, que me inocularon.

Al mismo tiempo, sin embargo, de no haber sido por esos aspectos nocivos de AA, tal vez no me habría puesto a investigar alternativas y no habría encontrado los grupos laicos de AA, donde no sólo recibo apoyo por parte de personas afines (y diversas en su acercamiento a AA), sino también motivos de reflexión, ni las lecturas o conferencias que algun@s de l@s participantes me han recomendado y que abordan el alcoholismo desde perspectivas muy distintas y mucho más esperanzadoras (la terapia cognitiva-conductual que ofrece SMART Recovery o la teoría de que la adicción no es una enfermedad incurable, sino un trastorno controlable).

Claro que también es posible que, de no contar inicialmente con la opción de AA, yo sola habría encontrado estos recursos. Pero sencillamente, no los conocía... Sencillamente, mi único referente contra el alcoholismo, tal como lo vemos en innumerables películas y tal como planteaba mi amigo “ex-alcohólico”, era AA. Porque, en efecto, al menos en mi ciudad, es el único referente disponible, como pude constatar al probar la única, e hiperburocratizada, otra opción rehabilitadora, cuyo elemento “siniestro” me llevó a mi peor Crisis “desde”.

Analizado con más frialdad, concluyo ahora que lo que verdaderamente me ayudó al principio fue
mi propia decisión de dejar de beber y el hecho de que creía que AA me ayudaría en esa empresa. Algo así como un efecto placebo. (Lo mismo, por cierto, me ha sucedido cada vez que he decidido hacer psicoterapia: en ningún caso ha sido el o la psicoterapeuta quien me ha ayudado [el balance en estos casos ha sido básicamente cero], sino la decisión de hacer algo para salir de los sucesivos hoyos en los que me he encontrado a lo largo de mi vida.) Sobre todo por el hecho de conocer a otra gente que ha conseguido mantenerse sobria (“Si ell@s lo han conseguido, yo también podré”). Porque, aunque según diversas investigaciones el índice de éxito de AA no supera – y eso siendo optimistas – el 5%, es donde único se puede conocer a un colectivo exitoso.

Resumiendo: ayuda-placebo al principio, pero un enorme obstáculo para continuar con el proceso.

O resumiendo de otro modo... ¿Le recomendaría AA a una persona en la situación en la que yo estaba hace cuatro meses y medio? Sí, pero con muchas reservas... Es decir, sí durante –  digamos – el primer mes, por lo que supone de red de seguridad, pero dejándole claro todo aquello a lo que deberá hacer oídos sordos: la idea distorsionada de lo que es el alcoholismo, el miedo casi “ingobernable” (dándole la vuelta al primer paso) que inocula, las incitaciones a la autoflagelación perpetua y las amenazas fanático-religiosas.

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