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Entre la parálisis y la turbulencia: Crónica de tres semanas


En mi última entrada sobre el proceso de recuperación, “Crónica de una Crisis”, aludí a mi “borrachera seca” y cómo el hecho de haberla diagnosticado me sirvió para salir de cuatro días de honda crisis.

Desde entonces han pasado tres semanas y, aunque no he tenido más Crisis propiamente dichas (entendiendo como tales las ansias incontrolables de beber), sigo sin estar “bien” o, al menos, todo lo bien que estuve durante los dos primeros meses. Siento que mis progresos se han estancado o incluso que se ha producido una regresión, en parte debido a una excesiva conciencia de los peligros que aún me acechan. Algo similar a lo que en otros contextos se describe como “parálisis por análisis”.

Con cada una de las tres Crisis (los que yo llamo “casis”) he aprendido muchísimo sobre mis detonantes, en su mayoría relacionados con estreses y fobias, pero también, en la última, con el surgimiento de emociones difíciles de gestionar. Ese aprendizaje me ha servido para intentar evitar, en la medida de lo posible, dichos detonantes, pero también me ha generado un temor desmesurado a cualquier actividad o sentimiento que pueda convertirse en tal. Como consecuencia, llevo prácticamente tres semanas atrapada por el miedo, aprisionada en mi cabeza, de manera no muy distinta a mi época de alcohólica activa, aunque sin alcohol y sin la profunda depresión (la “borrachera seca”) de mi última Crisis.

La primera de estas tres semanas fue por fin la Semana S, aquélla en la que, si nada se torcía a última hora, se resolvería finalmente lo que he descrito aquí como el “Papeleo” importante. El día D sería el jueves y mi único propósito vital desde el lunes fue mantenerme tranquila hasta entonces. Evitar cualquier estrés interno de tal modo que, si surgía un contratiempo u otro tipo de estrés externo, no me disparatara, puesto que ya había comprobado que mis crisis se debían siempre a la acumulación de detonantes y no a uno sólo. La evitación del estrés interno implicaba no salir salvo para lo estrictamente necesario, no aceptar trabajo (rechacé varios proyectos que me habrían generado ansiedad) y no hacer nada por las tardes (por las mañanas sí lograba escribir y continuar traduciendo el material de los grupos laicos de AA). Fueron cuatro largas tardes atornillada al sofá viendo series como en una época que creía ya pretérita (aunque ya había pasado por algo similar durante la última Crisis).

Y llegó la tarde del Día D... Y el “Papeleo” se resolvió finalmente... Y sentí una inenarrable euforia después de seis meses de angustiosa espera. Empecé a comunicar dicha euforia a vari@s amig@s cercan@s que estaban al tanto y, de repente, me entró un miedo cerval a que la felicidad, como en otras situaciones la tristeza o el agobio, me generara deseos de beber, puesto que desde tiempo inmemorial, mucho antes de mi etapa de alcohólica activa, siempre había gestionado la euforia (que para mí, quizás porque en mis 54 años de vida ha habido relativamente pocas experiencias felices, constituye un sentimiento incómodo e inquietante) con alcohol. Me obligué entonces a bajarme de la nube y terminar el día como si de un jueves normal y corriente se tratase.

Al día siguiente me levanté con redoblado temor. Tenía planificada desde hacía una semana una cena con amig@s y temí que mi ánimo celebratorio pudiera representar un obstáculo insalvable. Comenté mi “temor a sentirme contenta” en uno de los grupos de Facebook y varias personas me confirmaron que para nosotr@s, l@s alcohólic@s, los momentos “altos” pueden ser igual de peligrosos que los “bajos”, sobre todo al principio, cuando estamos en una especie de inestabilidad emocional perpetua.

Decidí, sin embargo, arriesgarme a vivir el contento. Le propuse a otra amiga quedar para almorzar en un lugar agradable, fuera de la ciudad, y me puse manos a la obra con un proyecto ilusionante que tenía previsto desde antes de dejar de beber para cuando por fin se resolviera el tema “Papeleo”: hice varias llamadas y concerté varias citas para el lunes. Y resultó un día tremendamente exitoso. El primer día “desde” (desde que dejé de beber) que pasé doce horas seguidas en la calle y empaté almuerzo y cena con, en medio, tres horas vacías en la calle que supe llenar satisfactoriamente.

El fin de semana, sin embargo, fue duro, porque tuve dos “jamacucos” psicosomáticos, supongo que en parte como “autocastigo” por mi “felicidad”, en parte para contrarrestar el miedo a un posible “casi” y en parte por temor a que las citas que había concertado para el lunes, con vistas a mi nuevo Proyecto, fueran precipitadas y/o, dependiendo del resultado, representaran otro tipo de detonante.

Aun así, acudí a dichas citas el lunes y ese mismo día decidí lanzarme de cabeza al Proyecto. Sé que se recomienda no hacer grandes cambios vitales durante el primer año de sobriedad (como iniciar nuevas relaciones “sentimentales”, cambiar de trabajo o mudarse), pero este proyecto era muy importante para mi presente y mi futuro, y, pese al miedo a los inevitables estreses que conllevaría, no podía postergarlo ocho meses más. Pasé tres días en estado de semi-euforia, ocupadísima por las mañanas, con el proyecto y cerrando los últimos flecos del “Papeleo” ya resuelto, y vegetando, de modo similar a la semana anterior, por las tardes. Con una mezcla de satisfacción por lo que había conseguido (tanto lo que no dependía de mí como lo que yo misma había decidido) y de frustración por seguir incapacitada (mejor dicho, estar incapacitándome yo misma) para las actividades, tanto caseras como exteriores, que al principio de mi proceso de recuperación tan gratificantes resultaban o las que había descubierto más recientemente.

Y, paralelamente a todo esto, surgieron nuevas emociones que confrontar. En realidad, ya había empezado a confrontarlas unas semanas atrás, cuando decidí renunciar al viaje que tenía planeado para junio, entre otros motivos por temor a las consecuencias del reencuentro con mi “amigo íntimo”. En algún momento posterior se me ocurrió la idea de postergarlo, no un año entero, como era mi intención original, sino sólo hasta septiembre, pensando que tendría casi cuatro meses para tomar la decisión y que en ese período podía mejorar mi estado anímico y mi confianza en mi proceso de recuperación. Al fin y al cabo, en los casi cuatro meses que llevaba había pasado por numerosas fases distintas y no podía prever los cambios que se producirían en los cuatro siguientes.

Y a finales de esa segunda semana reflexioné a fondo sobre la conveniencia de dicho viaje y las posibles consecuencias del “reencuentro”. Nuevamente llegué a la conclusión de que lo mejor era “no meneallo” y entendí otros motivos subyacentes – e inconscientes – para ello. Que en realidad no se trataba tan sólo de que, puesto que en mi situación actual el único motivo para emprender el viaje era dicho reencuentro (cuando lo planeé originalmente había otros incentivos), un posible fracaso me hundiría anímicamente y podía llevarme fácilmente a perder mi sobriedad (y no sólo a una recaída puntual), sino, sobre todo, a que me arriesgaba a perder las emociones positivas que sentía por mi “amigo” desde nuestra reconciliación unos meses antes. Se trataba de un nuevo hito. De confrontar por primera vez “desde”, no sólo emociones negativas, como durante la “borrachera seca” que describí en una entrada anterior, sino emociones encontradas, y todo ello sin desactivarlas ni ocultarlas bajo capas y capas de alcohol, y sin intentar resolverlas mediante acciones impulsivas. (Alguien me ha recomendado un libro de Annie Grace titulado The Naked Mind [La mente desnuda] y así es exactamente cómo me siento.)

Pero las turbulencias no habían cesado, porque enseguida (para entonces ya el fin de semana) se sumó el factor Estrés. Por primera vez en tres semanas había aceptado un encargo de trabajo que no me apetecía en absoluto acometer; se me acumulaban varias tareas domésticas, en realidad sencillas, pero que sumadas me quitarían mucho tiempo y energía; se me avecinaba una semana llena de pequeñas obligaciones (citas médicas, más papeleo para el nuevo Proyecto); y se me acumulaban también las tareas “intelectuales” a las que yo misma me había obligado. El sábado me levanté con una fuerte opresión en el pecho y con el temor de que, si no lograba de alguna manera aliviar el estrés, en algún momento acabaría con fuertes ansias de beber.

Logré hacer todo lo que me había propuesto para la mañana con relativa tranquilidad, pero después de comer me invadió la ansiedad y una taquicardia feroz, que atribuyo al hecho de que antaño, cuando completaba mañanas (o días) como ésa, llenas de tareas engorrosas, lograba rebajar la ansiedad subyacente con el alcohol, mientras que ahora sencillamente se queda flotando por mi cuerpo. Y fue entonces cuando me planteé darme de baja como autónoma durante al menos un mes: de ese modo, no me llegarían encargos-que-rechazar durante ese tiempo, por lo que no tendría que estar buscando excusas cada vez que lo hiciera, ni tampoco me vería tentada a aceptar ninguno, porque no estaría habilitada para emitir facturas. Y podría dedicar ese tiempo a mi proceso de recuperación a tiempo completo y enfrascarme en las actividades gratificantes que éste me ha proporcionado.

Dos días después, ya en la tercera y última semana de esta crónica, tomé la decisión de hacerlo, motivada – o justificada – por que, al acudir al médico para unas recetas, descubrí que tenía la tensión arterial muy alta, algo que hasta entonces nunca me había pasado y que no sabía si atribuir a la ansiedad perpetua que llevaba varios días arrastrando o al hecho de que mis nuevos hábitos de alimentación, pese a ser en apariencia más sanos, estaban saturados de sal.

El resto de la semana, durante la cual cumplí el cuarto mes de sobriedad, osciló nuevamente entre la parálisis por el temor a desear beber en algún momento, la ansiedad por la acumulación de diversos contratiempos, urgencias y decisiones, y continuados problemas psicosomáticos, que parecen estar en vías de cronificación, aparte de una experiencia impactante y perturbadora que relataré en una próxima entrada.

Desmontando la secta de Alcohólicos Anónimos (I): De armarios y conversiones


Uno de los libros que figuran en la página de AA Agnostica (www.aaagnostica.org) es Don’t Tell: Stories by Agnostics and Atheists in AA (2014), de Roger C., cuyo título establece una analogía con el nombre de la infame política del ejército de EEUU ante l@s homosexuales instaurada por Bill Clinton, “Don’t Ask, Don’t Tell”, por la cual no se podía perseguir abiertamente a l@s homosexuales mientras ést@s no se declarasen abiertamente como tales. El siguiente libro del mismo autor, publicado un año después, es más asertivo: Do Tell: Stories by Agnostics and Atheists in AA. La analogía con la homosexualidad no es gratuita ni descabellada: posteriormente, gracias a mis interacciones con los grupos de AA laicos y ateos, descubrí que much@s alcohólic@s ate@s y agnóstic@s están literalmente “en el armario” dentro de AA y a veces tardan años en “salir” del mismo.

Mi gran “error” fue, pues, haberme declarado atea desde el principio. Fue como colocarme un cartel en la espalda diciendo “Convertidme, herman@s”. Como dijo uno de los cofundadores de AA, Bill W., es preciso “minar la rebeldía” de l@s escéptic@s poco a poco (aunque en mi caso el "poco a poco" se condensó en apenas un mes). Por supuesto, no me arrepiento de dicho “error” y volvería a comportarme del mismo modo. Porque no puedo ni imaginar cómo sería pasarme años oyendo la cantinela de que para recuperarse del alcoholismo es imprescindible creer en algún dios sin oponer ninguna resistencia ni argumentación racional.

Y es que, además, AA no refleja en absoluto a la población general. Según cifras de 2017, en España el 69,8% de la población se declara católica (sin embargo, sólo el 26,4% practicante) y el 25,2% atea o no creyente. Mientras que en AA se insiste en que todo el mundo es creyente, lo cual indica, por simple extrapolación, que el 20% de sus miembr@s están “en el armario” (en mi grupo éramos 2 ate@s de entre las aproximadamente 50 personas que llegué a conocer, es decir un 4%).

Con todo, y pese a que en España no existen (todavía) grupos laicos, debo señalar que aquí AA es bastante menos retrógrada que en EEUU. Según el artículo “AA, Religion and Secular AA”, de Vic L. (www.secularaa.org/aa-la-religion-y-secular-aa/), una reunión típica transcurre del siguiente modo: “Una abrumadora mayoría de las reuniones se celebran en sótanos de iglesias ('El alma te la salvan arriba. Aquí abajo te salvamos la vida'.) Los 12 Pasos recomendados y las 12 Tradiciones, junto con otros eslóganes de AA, cuelgan de las paredes. Las reuniones suelen iniciarse con el Preámbulo de AA y la lectura de fragmentos tomados de la literatura aprobada por el Congreso de AA, por lo general de contenido altamente religioso. La lectura más habitual es ‘Cómo funciona’, que incluye los 12 Pasos y termina así: ‘…Sin ayuda, es demasiado para nosotros. Pero hay Alguien que tiene todo el poder: ese Alguien es Dios. ¡Ojalá Lo encuentres ahora!’ Posteriormente, una persona designada (otr@ miembr@ de AA) comparte su ‘experiencia, fortaleza y esperanza’ durante unos 15 ó 20 minutos; el moderador o moderadora hace una pausa (para pasar el cepillo y hacer anuncios); otr@s asistentes ‘comparten’ desde la tarima (y en sus intervenciones hablan a menudo de la fe y de su gratitud hacia un Poder Superior); y la reunión se clausura con nuevas lecturas también cargadas de religiosidad. Finalmente, tod@s se ponen en pie, se dan la mano y rezan ‘el Padrenuestro’ (o, con menos frecuencia, ‘la Oración de la Serenidad’)”.

(Entre paréntesis, este aspecto pernicioso de AA nunca se muestra en la ficción, donde predomina una visión aséptica, cuando no edulcorada, de la organización. Estoy convencida de que en mi decisión de dejar de beber y acudir a AA influyó inconscientemente el hecho de que en aquel momento estaba viendo, toda de golpe, la serie Elementary, en la que un Sherlock Holmes contemporáneo acaba de desintoxicarse de la heroína. En diversos episodios se muestran las reuniones de Narcóticos Anónimos a las que asiste, pero en ellas nunca se habla de Dios o de un “Poder Superior” [está claro que Sherlock, que es la Lógica y la Razón personificadas, nunca habría creído en tales cosas], ni siquiera de “trabajar los 12 pasos”. Por otra parte, cuando se busca un “padrino”, su relación con él es de complicidad y un apoyo mutuo que trasciende el tema de su común adicción. Nada que ver, por tanto, con mi fugaz relación con El Padrino.)

Si yo me hubiera topado con algo similar a la reunión que describe Vic L. el primer día, sencillamente no habría vuelto, con lo cual probablemente no seguiría sobria tres meses y medio después. Por suerte, aquí (al menos en el grupo al que yo asistía) no se leía el “Cómo funciona” a diario (tras el Preámbulo se leía la lectura correspondiente a ese día y, aunque todas estaban plagadas de la palabra “Dios”, por lo menos variaba su contenido y de vez en cuando conseguía extraer alguna idea útil de entre la maraña religiosa); ningún/a miembr@ “designad@” dedicaba un tercio de la reunión a hablar de su experiencia; no se pasaba un “cepillo” (las aportaciones se metían, cuando cada cual consideraba oportuno, en un jarrón forrado en tela, por lo que no eran “públicas”); las sillas estaban colocadas en círculo y las intervenciones se realizaban sentad@s en ella, lo cual facilitaba que tod@s, incluso las personas más tímidas, participasen; no había lecturas de clausura; y, sobre todo, no se rezaba el Padrenuestro, sino la Frase de la Serenidad.

Cierto que, como ya he relatado en otras entradas, muchas de las intervenciones estaban plagadas de “Dios” y el “Poder Superior”, y de alusiones a la (presunta) conversión o “despertar espiritual” en determinado momento de su proceso de recuperación. Posteriormente he descubierto que esto, que me resultaba tan difícil de digerir, tiene una “explicación” histórica. En los inicios de AA predominaban los Grupos Oxford, una organización fundamentalista que se desarrolló entre los años 20 y 50 del siglo pasado, y muchos grupos de AA exigían que l@s miembr@s experimentaran y escenificaran su “conversión”, arrodillándose e invocando a Dios; quienes no lo hacían eran directamente expulsad@s. Y aunque no en todos los grupos se exigía esto, y en la actualidad supongo que la mayoría no lo hace, esta exigencia parece haber pervivido en forma de “tradición”, de tal modo que quienes permanecen sobri@s durante algún tiempo llegan a creer que han experimentado dicha conversión (lo que no sé es cómo lo transmiten o escenifican, puesto que mientras asistí a las reuniones no fui testigo de ninguna). A eso lo llamo yo un lavado de cerebro en toda regla. Tampoco se expulsa a nadie abiertamente, sino que, como en mi caso, se les induce a autoexpulsarse cuando fracasan en sus intentos de “minar su rebeldía”, con la esperanza, eso sí, de que volverán al redil, más dóciles, más “receptivos”, más “obedientes”, cuando su profecía de que sin las reuniones y sin el “Poder Superior” recaerán automáticamente se cumpla gracias al miedo que previamente se han encargado de inculcarles.

(Continuará...)

Crónica de una crisis, o la "borrachera seca"


El período de tiempo que abarcan mis dos últimas entradas, desde mi última reunión presencial de AA hasta la segunda reunión online de Secular AA, fue un período algo turbulento pero aun así exitoso, en la medida en que no tuve impulsos de beber.
Cierto que desde los dos “casi” que relaté, disminuyó mi actividad y mi nivel de autoexigencia respecto a “cosas que hacer” (escribir, ver películas, experimentar con nuevas comidas), aumentó mi ansiedad (provocada sobre todo por el temor a que nuevos brotes de ansiedad me llevaran a nuevas crisis – otro círculo vicioso que añadir a los ya diagnosticados –), lo que a su vez me llevó a rechazar muchos encargos de trabajo y a hacer los que sí acepté con gran dificultad, y estuve mucho tiempo "estancada" en la rabia por mi experiencia en AA. Me volqué en mis investigaciones sobre AA, en mi participación en los grupos de Facebook y en este blog.
Pero el martes pasado me derrumbé de nuevo y lo peor es que debería haberlo previsto, porque los diversos detonantes que confluyeron ese día estaban ya cobrando forma.
1) Justo antes de Semana Santa volví a tener el problema fí-sico-somático que había superado dos semanas antes. Temí que se prolongara durante meses, como en situaciones análogas del pasado... hasta que, proyectándome hacia el futuro, diagnostiqué el “beneficio retorcido” que me proporcionaba: llevarme a concluir que debía renunciar a un viaje que tenía planeado para finales de junio desde mucho antes de dejar de beber, puesto que conllevaría una enorme carga de ansiedad y otros elementos que pondrían en peligro mi sobriedad:
a) En mi última época alcohólica cualquier viaje se había convertido en una potente fuente de estrés que sólo se aliviaba al llegar al hotel o apartamento de turno y beber. Y éste sería un viaje infinitamente más complicado porque (sin entrar en detalles) en él intervendrían fobias y traumas incrustados en mi subconsciente que soy incapaz de gestionar con herramientas racionales.
b) El viaje implicaba volver a la ciudad donde empezó mi proceso cuesta abajo hacia el alcoholismo y, por tanto, me removería infinidad de malos recuerdos relacionados con los detonantes de dicho proceso, y automática e inconscientemente me reposicionaría en esa época oscura. Y:
c) El principal aliciente del viaje era reencontrarme con un “amigo íntimo” del que me había distanciado durante mi apogeo alcohólico y con el que, tras arduos esfuerzos, había conseguido retomar la relación por teléfono y correo electrónico. Así, a distancia y en abstracto, la relación pasaba por un momento muy bonito y supe que un reencuentro en persona me desequilibraría, independientemente del resultado: si iba mal y constataba(mos) que el daño causado (por mí) un año antes era irreparable, me causaría un enorme dolor y reavivaría mi sentimiento de culpa; y si, por el contrario, volvía a ser como era antaño, ello me crearía nuevas expectativas difíciles de materializar a causa de la distancia. Resumiendo: lo mejor era “no meneallo”.
Consulté mis dudas con los grupos de Facebook y con mi amigo (ex-)alcohólico de fuera y el consenso de las opiniones fue que convenía evitar un viaje así, por lo menos hasta llevar un año de sobriedad. Una vez tomada la decisión, mi problema físico desapareció casi por arte de magia.
El resto de la Semana Santa fue tranquilo y gratificante, pero, conforme se acercaba a su fin, empecé a temer a la semana siguiente porque: 1) Tendría que informar a mi amigo de mi decisión; y 2) Se suponía que esa semana se resolvería el “papeleo fuera de mi control" que me había causado el segundo “casi” un mes antes.
El lunes por la tarde me llamó mi amigo y le comuniqué mi decisión de no viajar. Dijo que lo entendía, pero sé que le causé una enorme decepción. Y me sentí fatal por mi ineptitud, por mi cobardía, por haberme colocado yo misma en la situación de tener que elegir entre un viaje que una parte de mí deseaba y preservar mi aún reciente sobriedad. Aun así, fue un día relativamente tranquilo y “productivo”.
Al día siguiente me desperté muy nerviosa, en parte porque no había recibido noticias sobre la (que me habían dicho) inminente resolución del tema “Papeleo” y en parte por la perspectiva de la cita con la trabajadora social del programa de drogodependencia no relacionado con AA, una clara señal de alarma a la que tendría que haber prestado atención.
Porque... Al llegar al lugar de la cita se inició mi Derrumbe. La susodicha me hizo esperar 45 minutos, una auténtica grosería teniendo en cuenta que quienes acudimos allí estamos en una situación vulnerable. Mientras esperaba, hiperventilaba exactamente igual que cuando acudía a la institución burocrática que provocó mi primer “casi”. Estuve a punto de irme varias veces, pero me convencí de que debía explorar el programa y que el irme sin más me haría sentirme un “fracaso” (uno de mis detonantes). Cuando finalmente me atendió, tuve que contarle mi historia post-alcohol desde el principio y darle infinidad de datos (qué bebía, qué comía y a qué horas, si me duchaba todos los días [lo cual me pareció francamente ofensivo], cuáles eran mis fuentes de ingresos, quiénes eran mis amig@s y si bebían o no), todo lo cual me retrotrajo a otras primeras visitas a tant@s psicólog@s de los últimos cinco años que nunca me ayudaron. Además, el proceso era absurdamente buRRocrático: nueva cita con ella una semana después, luego cita con una médica (y yo sólo voy a médic@s cuando lo necesito), luego varias citas individuales con una psicóloga y finalmente, al cabo de quién sabe cuántos meses, terapia de grupo.
Salí de allí con unas casi olvidadas ganas de llegar a casa y tomarme una cerveza (en realidad, muuuuchas cervezas). Intenté acallar el deseo, pero, una vez en casa, volvió a agobiarme la falta de noticias respecto al “Papeleo” otro y un correo, aparentemente banal, de mi “amigo íntimo” me hizo flagelarme por el nuevo daño que le había causado y por mi cobardía. Tenía unas ganas locas de llorar y añoré el alcohol que antaño hacía remitir mis llantinas, añoranza que se convirtió en un incontrolable de beber, similar al de los dos “casi” de un mes antes, aunque en ningún momento me planteé hacerlo: sólo temí no ser capaz de superar esas ansias suicido-masoquistas. Y esta vez no tenía a quién llamar ni una reunión de AA a la que acudir por la tarde/noche.
Pasé cerca de dos horas en ese terremoto emocional. Aun así, me obligué a prepararme un buen almuerzo y eso me tranquilizó mínimamente. Después de la sobremesa, le escribí a mi amigo contándole mi Crisis (“Por si necesitaba confirmación de que debía cancelar el viaje de junio”) y explicándole en más detalle lo que me había llevado a esa decisión, incluido lo relativo a nuestro reencuentro que no me había atrevido a expresarle por teléfono. También expuse mi Crisis en uno de los grupos de Facebook y recibí muchas muestras de apoyo y de ánimo. Y finalmente me tranquilicé (casi) del todo. Vi varios episodios de una serie anodina, cené con apetito y me metí en la cama a leer con la (mini)satisfacción de haber sobrevivido, sola y sin apoyos presenciales, a la Crisis.
Al día siguiente, sin embargo, me desperté profundamente deprimida y furiosa. Deprimida por el fracaso de haber estado nuevamente “a punto de”, porque seguía sin resolverse el “Papeleo” y porque temía que mi amigo se distanciase por la cancelación de mi viaje. Y furiosa por el “Papeleo” de nunca acabar y la actitud de las personas implicadas, por la absurditud burocrática del programa de drogodependencia, que me había despertado tantos fantasmas que creía enterrados, y por el maltrato que había recibido en AA, a causa del cual ya no contaba con ese apoyo que tenía al principio. Un par de horas después supe que la resolución del “Papeleo” se postergaba ocho días más y eso me llevó de nuevo al borde del abismo. 
Pasé horas llorando a mares. En medio, les puse largos audios de Whatsapp a las tres personas de AA que me habían decepcionado/traicionado: El Padrino, la compañera que me acompañó el primer día y el “dirigente” del área con el que había hablado por teléfono meses atrás. Con tono muy contenido (nada que ver con los “vómitos” que lanzaba en mi época alcohólica), les expliqué que mi abandono de AA se debía al lavado de cerebro al que habían intentado someterme y a sus amenazas, pese a las cuales llevaba 3 meses y 11 días sobria (no les hablé, por supuesto, de mi Crisis). También le escribí a mi amigo (ex-)alcohólico de fuera, preguntándole por qué, si AA no era un programa religioso, tenía tanto miedo a ponerme en contacto con otr@s ate@s. Todas las respuestas fueron absolutamente vacuas y me molestó especialmente que mi amigo de fuera me dijera que no existía tal cosa como grupos laicos de AA, pese a haberle hablado yo misma de los grupos a los que me había unido y de las reuniones online.
Decidí entonces que a partir de ahora me volcaría en hacer accesible la bibliografía y los recursos que había encontrado en inglés para l@s hispanohablantes y me ofrecí a Secular AA y a AA Agnostica para ir traduciendo poco a poco sus páginas. Ya había empezado a divulgar aquí dicha bibliografía (en la entrada “El (largo) adiós a Alcohólicos Anónimos”), tenía planificadas nuevas entradas tituladas “Desmontando la secta” y había contemplado la posibilidad de, a medio plazo, convertir este blog en un libro, pero de repente sentí una enorme urgencia de empezar YA. En parte por el sincero deseo de ayudar a otras personas en mi situación (ahuyentadas de AA por su proselitismo religioso) que no sepan inglés y en parte también como una especie de venganza contra l@s miembr@s de AA en España: hacer tambalear su omnímodo Poder sobre las mentes y los destinos de l@s demás alcohólic@s y su confortable adormecimiento en sus clichés, su jerga vacua y su dejación de sí. Como le dije al “dirigente” de mi área: “Algún día habrá grupos laicos de AA en España. Al tiempo”.
De nuevo sobreviví al día (sin salir de casa porque “en la calle hay alcohol”), pero acabé psicológicamente exhausta, hasta el punto de meterme en la cama a las 9 de la noche. Y “resignada” a pasar los siguientes nueve días (hasta que se resolviese – si no se producían más retrasos – el tema “Papeleo”) en estado de impasse, dedicada únicamente a sobrevivir sin alcohol con la menor ansiedad posible.
Y así pasé dos días más. Sin ansias de beber, pero también sin ansias de nada más. Dos días muy – demasiado – parecidos a los de mi última época de alcohólica activa: apatía total a partir del almuerzo, reclusión en mi casa (aunque uno de los días salí por la mañana a una cita médica y al supermercado), rumia constante de mi nueva “lista de agravios”, autocompasión, soledad y convicción de que mi empresa de mantenerme sobria estaba abocada al fracaso. Hasta que, al final del segundo día, constaté dos hechos que me devolvieron mínimamente la esperanza:
1) Recordé la expresión “borrachera seca” de la que se hablaba a menudo en AA, siempre en tono despectivo porque indicaba el estado de quienes, aun habiendo dejado de beber, no estaban trabajando los doce pasos ni habían encontrado a su “Poder Superior” (en el mundo laico se refiere a no estar analizando los conflictos, los detonantes y las predisposiciones subyacentes), y sentí que esa metáfora describía perfectamente mi situación, por lo que podía tratarse sólo de una fase, al igual que antes había pasado por la de la “nube rosa”. Y
2) Me di cuenta de que, por primera vez desde que dejara de beber, esa semana había tenido que confrontar emociones negativas, de tristeza y de culpa (relacionadas con mi “amigo íntimo”). Mucho antes, como ya relaté aquí, había examinado los daños causados a otr@s amig@s y les había pedido disculpas; pero una parte de mí ya era consciente de ese daño y, más que pena, sentí alegría por poder presentar dichas disculpas. Sin embargo, la mayor parte de mis esfuerzos habían estado encaminados a lidiar con mis hábitos, el estrés, la ansiedad y las situaciones de “falta de control” sobre los contratiempos externos.
Ésta era, pues, simplemente una situación novedosa más para la que carecía aún de herramientas y el reconocerlo me permitió “salir del hoyo”... al menos hasta la próxima crisis.

¿Funcionan las reuniones de Alcohólicos Anónimos como un sucedáneo del alcohol?

En alguna entrada anterior dije que el tipo de “entrega” al “Poder Superior” que se machaca en AA supone reemplazar una adicción con otra. Ahora, a raíz de mi segunda reunión online de Secular AA y el post de un miembro del grupo de Facebook, me pregunto si no serán también las reuniones mismas un sucedáneo.
Del mismo modo que, aunque no obsesivamente, después de más de tres meses de abstinencia echo todavía menos de el alcohol (no las cantidades industriales que bebía en la última época, pero sí alguna cervecita o alguna copa de licor de hierbas), casi cuatro semanas después de mi última reunión presencial de AA, sigo echando de menos la sensación de seguridad que me daban en un principio (énfasis en en un principio).
Sé que no habría podido superar el Día D+1 sin AA (hablar con una compañera por la mañana y saber que por la noche me acompañaría a una reunión). Después de eso, tardé seis días en volver a una reunión (tenía demasiado trabajo y tenía que hacerlo con mucha calma), pero me reconfortaba saber que podía ir cualquier día y que, además, tenía dos teléfonos de compañer@s a quienes llamar en caso de emergencia.
Durante las primeras seis semanas, fui a una única reunión semanal y con ello me bastaba para mantenerme firme en mi proceso y recibir refuerzo (sobre todo autorrefuerzo) por mis progresos. Una vez superados mis serios problemas digestivos, como ya he relatado aquí, empezaron a surgir otras “inquietudes” y durante tres semanas asistí a dos reuniones semanales. Finalmente, la última semana, la de mis dos “casi”, fui a cinco... hasta que la enésima reunión catequética y la manipulación de El Padrino me llevaron a “autoexpulsarme” del grupo.
Y sin embargo... Ahora me doy cuenta de que, a excepción de las tres primeras reuniones (la cuarta fue la primera de las varias catequéticas que tuve que padecer), cuando el proceso de recuperación era todavía un continente ignoto para mí y podía identificarme con casi todo lo que oía (salvo, por supuesto, con el “rollo” religioso), no recibí prácticamente ninguna ayuda tangible... Simplemente me daba seguridad acudir allí. ¿A modo de placebo, me pregunto ahora?
Durante mi segunda reunión online (en la que por cierto ya no se habló sólo del fanatismo religioso del AA oficial), me di cuenta de que l@s participantes compartían experiencias bastante más personales y detalladas que en el AA presencial al que acudía. En mis cerca de 20 reuniones no oí a nadie contar lo que les llevó al alcoholismo, ni los problemas vitales subyacentes que descubrieron posteriormente, ni los detonantes que podían llevarles a recaer... Sólo se hablaba de abstracciones como el egoísmo, la ira, la autoconmiseración o la falta de autoestima, pero sin entrar en detalles.
Primero pensé que ello podía deberse a que vivo en una ciudad de tamaño medio y tal vez l@s miembr@s de AA no quieran airear sus problemas personales por temor a que en el grupo haya un amigo de una compañera de trabajo, una prima de un vecino o una vecina de un cuñado (sobra decir que aquí “todo el mundo se conoce”).
Pero al leer hoy el post de un compañero ateo de Facebook donde decía que, pese a llevar cinco años sobrio, no encuentra ayuda para sus problemas emocionales en AA, se me ocurrió que tal vez la respuesta sea más simple (en los dos sentidos de la palabra): que (la mayoría de) la gente que está en AA no se molesta en analizar los problemas subyacentes, las emociones concretas, los dolores del pasado o sus predisposiciones (yo sí hablaba de todo eso en las reuniones; en este blog doy menos detalles porque se trata de un blog público y no quiero ser “identificada”). Al fin y al cabo, cuentan con un “Poder Superior” que l@s mantiene alejad@s de la botella y no necesitan profundizar más.
Cierto que se decía a menudo que no basta con dejar de beber; que luego hay que “trabajarlo”. Pero, francamente, yo no veo demasiado “trabajo” en sus 12 pasos, que son bastante reiterativos y podrían resumirse en cuatro:
1) Admitir que nuestra vida se había vuelto “ingobernable” a causa del alcohol (una obviedad porque, sin ese reconocimiento, de entrada nadie acudiría a AA);
2) Entregar nuestra (recién recuperada) voluntad a un poder sobrenatural;
3) Hacer un minucioso inventario de nuestros defectos, inmoralidades y daños que hemos causado... y autoflagelarnos, preferiblemente en público (con látigo y cilicio); y  
4) Hacer “servicio” a l@s demás y jactarse de ello (algo que por cierto contraviene el Evangelio según yo lo recuerdo y posiblemente también otros “evangelios” de otras religiones).
Tal vez esté siendo injusta al resumirlos de manera tan simplista y sarcástica. Pero ésa fue mi impresión en el grupo al que asistía. Como mencioné arriba, sólo oí hablar de defectos en grado superlativo. Nunca de ninguna “virtud” que alguien pudiera tener, ni siquiera la virtud de la fortaleza para seguir sobri@s, supongo que porque atribuían su sobriedad a algo sobrenatural externo a ell@s. Bueno, una sí: la de “dedicar mi vida a l@s demás” de la que tanto se jactaban los fanáticos autoproclamados receptores (en masculino porque los que así se comportaban eran todos hombres) de la gracia divina.
También me llama la atención que haya gente con 10, 20 ó 30 años de sobriedad a sus espaldas que sigue acudiendo a las reuniones casi a diario. Entiendo que algun@s lo hagan por un sincero y honesto deseo de devolver la ayuda que recibieron en su momento o que otr@s lo hagan por mantener el contacto con l@s amig@s que hayan podido hacer... Y por supuesto están quienes tienen como único proyecto vital “convertir al prójimo” a la verdad-verdadera de su religión... ¿Pero y l@s otr@s?
Al plantear esta cuestión en uno de los grupos de Facebook, alguien me dijo que se trataba, no de un “sucedáneo” (“replacement” en inglés), sino de una especie de “transferencia” (“displacement”) de la adicción a otro ámbito, mucho más saludable por supuesto que el alcohol, lo cual tiene cierta lógica. Aun así, personalmente no me gusta depender de nada ni de nadie (aunque ello no fue óbice para acabar completamente dependiente del alcohol). Es indudable que ahora mismo necesito ayuda y apoyo para seguir adelante con mi proceso, pero me gustaría creer que en algún futuro me sentiré lo suficientemente fuerte como para continuarlo de manera autónoma. El tiempo lo dirá.

El (largo) adiós a Alcohólicos Anónimos: Investigaciones y recursos

En mi anterior entrada, tras hablar de mi última reunión de AA, dije sencillamente: “Y desde entonces no he vuelto”.

Sin embargo, la toma de decisión no fue tan sencilla, en parte porque AA me había ayudado realmente en un principio y en parte porque temía que, como tanto me habían machacado, el dejar de asistir me condujese automáticamente a una recaída.

Después del fin de semana en que no pude acudir a causa de mi problema físico, encontré por fin un artículo académico en castellano que analizaba en profundidad el funcionamiento de AA, “La construcción del alcohólico en recuperación: Reflexiones a partir del estudio de una comunidad de Alcohólicos Anónimos en el norte de México”, de José Palacios Ramírez (Desacatos, núm. 29, enero-abril 2009, págs. 47-68), y que me dejó absolutamente aterrada. Aunque el autor no emite juicios de valor (al fin y al cabo, es Profesor de Antropología en una universidad católica), muchos de sus comentarios llevan a la conclusión ineludible de que AA constituye una secta en toda regla. (Más sobre esto en una próxima entrada.)

Ese mismo día, investigando en Google en inglés, encontré una página de incalculable valor, la de AA Agnostica (www.aaagnostica.org), en la que encontré críticas del AA tradicional, un enlace a un grupo secreto de Facebook (AA Beyond Belief)**, al que inmediatamente solicité unirme, bibliografía sobre AA desde la perspectiva laica o atea, y una lista de reuniones online a las que podía “asistir”, además de innumerables reuniones presenciales en EEUU, Reino Unido y otros países (lamentablemente, España no). (Más sobre la bibliografía en una próxima entrada.)

Cuando me aceptaron en el grupo de Facebook, conté mi historia y recibí muchísimo apoyo y numerosos comentarios sobre experiencias similares a la mía. Sentí una inmensa alegría y un inmenso alivio: ¡¡No estaba sola en mi doble lucha contra el alcohol y el proselitismo de AA!!

Aun así, había decidido asistir a una reunión el día siguiente: hacía una semana que no iba y el temor supersticioso a una recaída me inducía a hacerlo. Al mediodía les escribí sendos Whatsapp a las dos personas a las que unos días antes les había pedido que me pusiesen en contacto con algún/a miembr@ ate@: la compañera de aquí que me había acompañado el primer día y mi amigo de fuera. Ningun@ de l@s dos supo/quiso ayudarme: dizque no conocían a nadie... Algo bastante difícil de creer: si yo, en sólo dos meses y medio, supe de dos ate@s (incluida yo) en un solo grupo, ¿cómo no iban ell@s a conocer a much@s más, habiendo trabajado durante años con numerosos grupos de sus respectivas áreas? Posteriormente concluiría que esta reticencia podía deberse en parte al temor a que yo pretendiese crear un grupo laico, algo que entonces no se me había ocurrido pero que ahora me encantaría hacer. Mi propósito al contarles que había encontrado un grupo laico en Internet y que podría seguir asistiendo a las reuniones gracias a este nuevo apoyo virtual era doble: 1) Una muestra de agradecimiento, puesto que amb@s me habían ayudado desinteresadamente en algún momento; y 2) Una declaración de intenciones: “Mi ateísmo es firme y l@s fanátic@s ‘No pasarán’”. Pero sus respuestas me perturbaron profundamente. La primera me dijo que se alegraba de mi decisión y que esa tarde asistiría a la reunión de mi local... cuando ella pertenecía a otro y sólo había ido allí dos veces, ambas acompañando a alguien. ¿Tendría “planes” para mí, me pregunté? Por su parte, el segundo me repitió que él había seguido siendo ateo durante once meses y ahora creía en una “inteligencia universal”, no en el catolicismo, lo cual interpreté como un intento sutil de convencerme de la necesidad de una “conversión”. Dudé entonces seriamente acerca de la conveniencia de ir a la reunión y de hecho, cuando me disponía a vestirme para salir, noté de nuevo la molestia física de la semana anterior, un claro aviso de mi cuerpo de que no debía hacerlo. Y no lo hice.

Aun así, el temor supersticioso persistía. Investigué más en Internet y encontré referencias a un estudio realizado en 2001-2002 por el Instituto Nacional sobre el Abuso del Alcohol y el Alcoholismo (NIAAA, por sus siglas en inglés) del gobierno estadounidense, que concluye que el 75% de l@s alcohólic@s se recupera sin recibir ningún tratamiento específico ni acudir a reuniones de AA. También encontré una página, The Orange Papers (www.orange-papers.info/), con infinidad de documentos criticando los mecanismos sectarios de AA. (Más sobre esto en una próxima entrada.) Todo ello me animó enormemente en la decisión de seguir adelante sin AA.

Cuatro días después, sin embargo, me desperté con cierta añoranza de las reuniones, sobre todo de las pre-reuniones de los domingos, que al principio disfrutaba. Decidí, no sin cierto vago temor, que iría temprano para charlar con quienes estuvieran allí, especialmente el compañero ateo, y luego, dependiendo de quién más asistiese, me quedaría o no a la reunión. Me vestí, salí y... Nada más coger el coche, empezó inesperadamente a llover, lo que dificultaba llegar hasta el centro de reunión. Lo vi como una “señal divina” (léase con ironía) de que nunca más debería asistir y volví a casa sintiéndome por fin liberada de esa (autoimpuesta) obligación.

Aun así, pasé diez días más atascada en una profunda rabia y decepción por el trato recibido, sobre todo la manipulación retorcida de El Padrino. Después de un día en que prácticamente no hice nada más que ver series, como en la última época de mi alcoholismo, decidí por fin contarles la historia a tres amig@s, una de fuera y dos de aquí, algo que no había hecho hasta entonces porque sentía cierta “vergüenza” por haberme dejado manipular, aunque sólo fuera fugazmente. Gracias a ello, salí por fin del rincón de la rabia y la vergüenza, y mi estado de ánimo mejoró.

Seguí participando activamente, con comentarios y exponiendo mis propias inquietudes y dudas, en el grupo de Facebook, y me uní a dos grupos secretos más, AA Atheists and Agnostics (AAAA) y Secular AA Coffeeshop. Encontré también, gracias a ellos, la página de un programa de recuperación completamente desligado de AA, SMART Recovery (www.smartrecovery.org/), cuyas siglas significan “Entrenamiento para la Autogestión y la Recuperación”, que contiene abundante material para trabajar el proceso mediante herramientas de psicología cognitiva. Y, a través de un amigo psicólogo de aquí, descubrí un programa gestionado por una ONG que ofrece gratuitamente terapia individual y de grupo, y concerté una cita con la asistenta social para diez días después.

Finalmente, dos semanas después de mi último “intento” de ir a AA, “asistí” a una reunión online de Secular AA que resultó muy gratificante. Pude por fin interactuar cara a cara (aunque por pantalla interpuesta) con personas de distintos lugares del mundo que habían tenido experiencias similares a la mía en AA y que tampoco disponen de reuniones laicas o ateas en su lugar de residencia. En algún momento el moderador dijo que esperaba que este movimiento creciera, para poder dedicar las reuniones a hablar del alcoholismo propiamente y no de AA y sus dioses y poderes superiores. Lo cual no deja de ser una triste ironía: al igual que en el AA oficial, parecía que aquí también se hablaba sobre todo de religión, aunque desde la perspectiva opuesta, sencillamente porque los intentos de lavado de cerebro del primero nos habían dejado profundamente magullad@s... Y, mientras escribo esto, pienso en la enorme cantidad de energía psicológica e intelectual que he malgastado – y sigo malgastando – en todo este “rollo” religioso (confrontarlo, primero; asimilarlo, después; publicarlo ahora) en lugar de invertirla en mi proceso de recuperación.

**Dos días antes, yo había creado mi propio grupo en Facebook, Alcohólicos/as Ateos/as (con duplicación y no con arroba para facilitar las búsquedas en Internet), con un único miembro... falso (un amigo no-alcohólico que se unió para que yo pudiera crearlo). Poco después se unió otra persona de uno de los grupos en inglés, pero no ha crecido más porque, al ser un grupo “público”, no está garantizado el anonimato (salvo bajo seudónimo); sin embargo, mientras no haya más miembr@s, no puedo convertirlo en “secreto”, ya que entonces las personas interesadas no tendrían modo de conocer su existencia.