Del mismo modo que, aunque no
obsesivamente, después de más de tres meses de abstinencia echo todavía menos de
el alcohol (no las cantidades industriales que bebía en la última época, pero
sí alguna cervecita o alguna copa de licor de hierbas), casi cuatro semanas
después de mi última reunión presencial de AA, sigo echando de menos la
sensación de seguridad que me daban en un principio (énfasis en en un principio).
Sé que no habría podido superar el
Día D+1 sin AA (hablar con una compañera por la mañana y saber que por la noche
me acompañaría a una reunión). Después de eso, tardé seis días en volver a una
reunión (tenía demasiado trabajo y tenía que hacerlo con mucha calma), pero me
reconfortaba saber que podía ir cualquier día y que, además, tenía dos
teléfonos de compañer@s a quienes llamar en caso de emergencia.
Durante las primeras seis semanas,
fui a una única reunión semanal y con ello me bastaba para mantenerme firme en
mi proceso y recibir refuerzo (sobre todo autorrefuerzo) por mis progresos. Una
vez superados mis serios problemas digestivos, como ya he relatado aquí, empezaron
a surgir otras “inquietudes” y durante tres semanas asistí a dos reuniones
semanales. Finalmente, la última semana, la de mis dos “casi”, fui a cinco... hasta que la enésima reunión catequética y la manipulación de El
Padrino me llevaron a “autoexpulsarme” del grupo.
Y sin embargo... Ahora me doy
cuenta de que, a excepción de las tres primeras reuniones (la cuarta fue la
primera de las varias catequéticas que tuve que padecer), cuando el proceso de
recuperación era todavía un continente ignoto para mí y podía identificarme con
casi todo lo que oía (salvo, por supuesto, con el “rollo” religioso), no recibí prácticamente
ninguna ayuda tangible... Simplemente me daba seguridad acudir allí. ¿A modo de
placebo, me pregunto ahora?
Durante mi segunda reunión online (en la que por cierto ya no se
habló sólo del fanatismo religioso del AA oficial), me di cuenta de que l@s
participantes compartían experiencias bastante más personales y detalladas que en
el AA presencial al que acudía. En mis cerca de 20 reuniones no oí a nadie
contar lo que les llevó al alcoholismo, ni los problemas vitales subyacentes
que descubrieron posteriormente, ni los detonantes que podían llevarles a
recaer... Sólo se hablaba de abstracciones como el egoísmo, la ira, la
autoconmiseración o la falta de autoestima, pero sin entrar en detalles.
Primero pensé que ello podía
deberse a que vivo en una ciudad de tamaño medio y tal vez l@s miembr@s de AA
no quieran airear sus problemas personales por temor a que en el grupo haya un
amigo de una compañera de trabajo, una prima de un vecino o una vecina de un
cuñado (sobra decir que aquí “todo el mundo se conoce”).
Pero al leer hoy el post de un compañero ateo de Facebook
donde decía que, pese a llevar cinco años sobrio, no encuentra ayuda para sus
problemas emocionales en AA, se me ocurrió que tal vez la respuesta sea más
simple (en los dos sentidos de la palabra): que (la mayoría de) la gente que
está en AA no se molesta en analizar los problemas subyacentes, las emociones
concretas, los dolores del pasado o sus predisposiciones (yo sí hablaba de todo
eso en las reuniones; en este blog doy menos detalles porque se trata de un
blog público y no quiero ser “identificada”). Al fin y al cabo, cuentan con un
“Poder Superior” que l@s mantiene alejad@s de la botella y no necesitan profundizar
más.
Cierto que se decía a menudo que
no basta con dejar de beber; que luego hay que “trabajarlo”. Pero, francamente,
yo no veo demasiado “trabajo” en sus 12
pasos, que son bastante reiterativos y podrían resumirse en cuatro:
1) Admitir que nuestra vida se
había vuelto “ingobernable” a causa del alcohol (una obviedad porque, sin ese
reconocimiento, de entrada nadie acudiría a AA);
2) Entregar nuestra (recién recuperada)
voluntad a un poder sobrenatural;
3) Hacer un minucioso inventario
de nuestros defectos, inmoralidades y daños que hemos causado... y
autoflagelarnos, preferiblemente en público (con látigo y cilicio); y
4) Hacer “servicio” a l@s demás y
jactarse de ello (algo que por cierto contraviene el Evangelio según yo lo
recuerdo y posiblemente también otros “evangelios” de otras religiones).
Tal vez esté siendo injusta al
resumirlos de manera tan simplista y sarcástica. Pero ésa fue mi impresión en
el grupo al que asistía. Como mencioné arriba, sólo oí hablar de defectos en
grado superlativo. Nunca de ninguna “virtud” que alguien pudiera tener, ni siquiera
la virtud de la fortaleza para
seguir sobri@s, supongo que porque atribuían su sobriedad a algo sobrenatural
externo a ell@s. Bueno, una sí: la de “dedicar mi vida a l@s demás” de la que tanto se jactaban los fanáticos autoproclamados receptores (en
masculino porque los que así se comportaban eran todos hombres) de la gracia
divina.
También me llama la atención que
haya gente con 10, 20 ó 30 años de sobriedad a sus espaldas que sigue acudiendo
a las reuniones casi a diario. Entiendo que algun@s lo hagan por un sincero y
honesto deseo de devolver la ayuda que recibieron en su momento o que otr@s lo
hagan por mantener el contacto con l@s amig@s que hayan podido hacer... Y por
supuesto están quienes tienen como único proyecto vital “convertir al prójimo”
a la verdad-verdadera de su religión... ¿Pero y l@s otr@s?
Al plantear esta cuestión en uno
de los grupos de Facebook, alguien me dijo que se trataba, no de un “sucedáneo”
(“replacement” en inglés), sino de
una especie de “transferencia” (“displacement”)
de la adicción a otro ámbito, mucho más saludable por supuesto que el alcohol,
lo cual tiene cierta lógica. Aun así, personalmente no me gusta depender de
nada ni de nadie (aunque ello no fue óbice para acabar completamente dependiente
del alcohol). Es indudable que ahora mismo necesito ayuda y apoyo para seguir
adelante con mi proceso, pero me gustaría creer que en algún futuro me sentiré
lo suficientemente fuerte como para continuarlo de manera autónoma. El tiempo
lo dirá.
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