Seguidores

Prehistoria

Tengo más de 50 años y mi única borrachera digna de tal nombre se produjo cuando tenía 17. Desde entonces, siempre que veía que me estaba “pasando” y empezaba a perder el control (soy lo que en inglés se llama una control freak... y no deja de ser irónico que a la larga acabara perdiéndolo por completo), dejaba de beber y buscaba antídotos para paliar los efectos (comida, agua o café). A lo largo de los años, cada vez que una bebida fuerte me provocaba principios de borrachera, la dejaba para siempre (igual que nunca más vuelvo a comer una comida que me sienta mal): el ron, luego el whisky, y finalmente las margaritas. Y nunca me emborrachaba, porque tengo un metabolismo muy rápido y, aun con mis escasos 45 kilos de peso, llegué a pasar hasta tres controles de alcoholemia tras haberme bebido varias copas de vino (cuando, para mi peso y género, se supone que daría positivo con más de una copa de vino). En los penúltimos (énfasis en penúltimos) 10-12 años sólo bebía dos copas de vino con las comidas, una cerveza y algunas copas de vino más cuando salía con amig@s, y un chupito de licor de hierbas después de almorzar. 

Y sin embargo acabé siendo alcohólica. Progresivamente, y casi sin darme cuenta, fui aumentando el consumo de esas tres bebidas hasta traspasar el umbral que marca el límite entre el consumo “moderado” (¿o quizás no tan moderado como pensaba?, me pregunto ahora) y el consumo excesivo y, lo peor, compulsivo e incontrolable.

Lo que me llevó hasta ahí fue una depresión, por motivos exógenos, que empezó hace siete años y medio, y se agravó considerablemente hace tres. Fue entonces cuando empecé a añadir gradualmente botellines, copas y chupitos al “menú” arriba citado (siempre en casa, sola: en la calle, con amig@s, mi consumo no aumentó), hasta llegar a consumir unas cinco cervezas, una botella entera de vino y hasta cinco chupitos en un día promedio; eso cuando (si bien ocasionalmente, es cierto) no abría una botella de vino a media tarde y me la bebía a palo seco. En parte se trataba de “matar el tiempo”, es decir, el aburrimiento (con la depresión fui abandonando diversas actividades que hasta entonces me mantenían siempre ocupada y entretenida), y en parte de anestesiar hasta cierto punto el dolor causado por diversas experiencias y la acumulación de decisiones “equivocadas” en los últimos años. 

Así entré en dos círculos viciosos: 

1) Aburrimiento → alcohol → falta de energía para “hacer cosas” (lo que yo llamaba “el plof”) y por tanto más aburrimiento → más alcohol.

2) Depresión autoflagelatoria (por las mencionadas decisiones equivocadas) → alcohol → redoblada autoflagelación por buscar alivio (un alivio que en el fondo nunca fue tal) en distintas botellas → más alcohol. 

O, resumiendo un poco más, lo que oí en alguna parte poco antes de dar el paso definitivo de romper la botella en añicos:

Autoconmiseración → adicción → desesperación

No hay comentarios:

Publicar un comentario