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Mes 2: De la “nube rosa” a la montaña rusa

El Mes 2 tuvo dos etapas diferenciadas: una, durante la cual me sentía flotando en una “nube de rosa” (fue precisamente por entonces cuando conocí esta expresión) y, otra, en la que empecé a sufrir pequeños desalientos, dudas y turbulencias.

La etapa de la “nube rosa” vino dada por la progresiva y casi total superación de mis problemas digestivos: por fin podía comer en cantidad suficiente - por suerte, porque empezaba a parecer una radiografía ambulante - sin “llenarme” y, además, estaba haciéndolo de manera infinitamente más sana que antes y con el placer que me reportaba el prepararme platos más elaborados, para lo cual seguí comprando artilugios de cocina y visitando supermercados. Curiosamente, no volví (ni he vuelto) a comer absolutamente nada de lo que comía antes, incluso lo (poco) que entonces disfrutaba, supongo que porque una parte de mí quiere borrar en la medida de lo posible todo lo relacionado con mi época de alcohólica activa.

A ello se sumó la cimentación de las recientes conquistas (relativa “serenidad”, lectura, escritura y salidas vespertinas) y el logro de otras nuevas.

Como mencioné en la entrada sobre la Semana 1, una de mis herramientas para evitar la tentación de beber fue no encender la tele. Al principio pensaba hacerlo sólo un par de semanas, pero pronto me di cuenta de que tenerla encendida prácticamente todo el día no sólo estaba asociado a mi consumo de alcohol, sino que de hecho había sido un paso previo: empecé viendo la tele para “matar el tiempo” (en los inicios de mi Depresión) y más tarde empecé a beber mientras la veía para crearme la (falaz) sensación de que estaba “haciendo algo”. Seguí, por tanto, con las series de Internet después del almuerzo y de la cena, pero había un vacío a la hora de comer, pues desde tiempo inmemorial comía siempre viendo el telediario y ahora no podía más que mirar a la pared y/o reflexionar. Hasta que un día decidí que podía llenar ese vacío leyendo la prensa, lo cual me permitiría, además, mantenerme informada sobre la actualidad. Y ha resultado una grata experiencia: de alguna manera he reemplazado la idea de “una buena comida con un buen vino” con la de “una buena comida con una buena lectura”.

Por otra parte, como comenté en la entrada “Día D+1”, yo pensaba que no le había hecho daño a nadie con mi alcoholismo, puesto que no tengo familia ni pareja. Pero pronto me lo replanteé. Cierto que no había causado el enorme daño que l@s alcohólic@s les suelen causar a p/madres, hij@s o parejas (hablo de primera mano porque mi padre era alcohólico), pero en la última época les había lanzado “vómitos” por correo o por Whatsapp a vari@s amig@s, normalmente en condiciones de rumia obsesiva y con bastante alcohol en el cuerpo. Ya durante la segunda semana de abstinencia le había pedido disculpas a una persona cercana, no para retomar la relación (me había hecho mucho daño), sino porque mis “vómitos” eran injustificados. Y ahora me disculpé con varias personas más, incluidas algunas de las que no me había distanciado. Una de ellas me contestó: “¡Qué proceso tan doloroso pero tan bonito el que estás viviendo!”

Y sin embargo... Cuando más feliz me sentía, me caí de la “nube rosa” y me monté en una “montaña rusa”. 

Primero fue mi segunda “crisis de fe” en AA, de la que hablé pormenorizadamente en la entrada “¿No apto para ateos y ateas?” 

Luego fue otra minicrisis muy distinta. Salí a comer con una amiga y, tras el almuerzo, propuso ir a otro sitio a “tomar algo”... que en mi caso era a “tomar nada”, porque para entonces sólo bebía agua (había eliminado la tónica porque contribuía a mis problemas digestivos) y ya había bebido suficiente con el almuerzo; además, el local se prestaba para una (deliciosa) copa de licor de hierbas. Durante el tiempo que estuvimos allí me sentí aburrida, amodorrada e impaciente por volver a casa, fumando un cigarro tras otro como sustituto del ejercicio de tomar lo-que-fuera. Y esta desazonante sensación se encadenó luego con otra más desazonante aún. Siempre me había parecido “aburrida” la gente que no bebía (aunque yo no me aburriese con ella) y me gustaba mi autoimagen de fumadora y bebedora (tengo infinidad de fotos con un cigarro y/o una copa de vino en la mano)... De repente me vi yo también como una persona aburrida y, rebobinando mis últimas salidas, se me ocurrió que también estaba más “apagada” que antes. No porque el alcohol me desinhibiese (desde mi temprana juventud nunca he sido tímida, con o sin alcohol de por medio), sino porque tenía la impresión de que la abstinencia me había robado cierta “chispa” de vitalidad en la que residía gran parte de mi “atractivo” como persona... y como mujer. Le comenté mi inquietud a una amiga y me dijo que en absoluto me veía “apagada”, sino, al contrario, más “modulada” y todavía sonriente o riente cuando correspondía. Concluí, pues, que mi desazón era una de las muchas distorsiones de la percepción que nos creamos l@s alcohólic@s y que, a su vez, nos sirven de pretexto para beber.

Pero las turbulencias no habían terminado. Una semana después, a punto de cumplir mi segundo mes de abstinencia, empecé a tener muchísima ansiedad. Y me di cuenta de que estaba exigiéndome demasiado. Quería, como leí en un extracto de la literatura de AA, hacerlo todo “antes del sábado que viene”: leerlo todo, escribirlo todo, (aprender a) cocinarlo todo, comprarlo todo... Me había ofrecido como voluntaria para un proyecto (no remunerado) relacionado con mi profesión e ideé otros dos proyectos propios, uno relativamente sencillo y otro supercomplicado... Cuando le hablé de mi ansiedad y de mis proyectos a mi amigo “ex”-alcohólico de fuera, me dijo que quienes somos hiperactiv@s corremos el riesgo de sustituir la compulsión del alcohol por la de la actividad constante. Y, en efecto, yo siempre había sido hiperactiva... hasta que la Depresión me llevó al otro extremo, el de la hipoactividad total, y ahora estaba cayendo de nuevo en el primer extremo.

Decidí, pues, que tenía que “parar”: pospuse el incipiente proyecto “sencillo” para mayo y deseché el complicado. Pero era demasiado tarde. Uno de los proyectos de “voluntariado” me estaba resultando muy difícil y quería quitármelo de encima YA, no sólo porque me frustraba y estresaba no estar cumpliendo con el “compromiso” que yo misma me había creado, sino porque, además, me recordaba a un proyecto del pasado que me había generado una profunda sensación de fracaso. A ello se sumó un contratiempo burocrático (también con reminiscencias de mi pasado oscuro) y la mezcla desembocó en mi primer “jamacuco psicosomático” desde que dejara de beber. 

Pasé dos días físicamente fatal y sin poder hacer nada más que ver series... y rememoré con algo así como “nostalgia” la época en la que casi todos mis días consistían en estar tirada en el sofá sin responsabilidades ni obligaciones, un comportamiento que el alcohol me permitía (inconscientemente) justificar (no me dejaba energía para nada más) y a la vez, en un círculo vicioso infernal, potenciaba.

Al tercer día me levanté recuperada y me puse, más tranquila, con el proyecto “pesado”... hasta que un contratiempo en apariencia banal (la desconfiguración de la conexión a Internet) provocó mi primera Crisis de Abstinencia seria. 



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