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Día D+1: “Ingreso” en Alcohólicos Anónimos


El día D+1 me levanté un tanto anonadada por mi “hazaña” del día anterior y también aterrada porque temía no poder repetirla.

Lo primero que hice fue llamar a AA para pedir hablar con alguien de mi ciudad (sabía que la persona de mi zona – aunque no propiamente de mi ciudad – con la que había hablado unos días antes estaba de vacaciones). Minutos después, me llamó una compañera. Iba de camino a una revisión médica, pero me aseguró que me llamaría en cuanto terminara y que podíamos quedar entonces y/o por la tarde para acompañarme a una reunión.

Pasé el resto de la mañana encogida en el sofá, esperando con impaciencia su llamada mientras veía una serie en Internet... Aunque ése era ya un día “laborable normal”, preferí no poner la tele porque normalmente comenzaba a beber en cuanto la encendía al mediodía (y seguía bebiendo mientras la mantenía encendida hasta la hora de acostarme, salvo los días en que a media tarde “descansaba del alcohol” para trabajar (nunca bebía mientras trabajaba)). Para cuando me llamó, era casi la hora de comer y preferí postergar nuestro encuentro hasta primera hora de la tarde, en un bar próximo al centro de reunión, pese a cierto temor a no tener energía para salir, como me había ocurrido durante todo el último mes.

Nuevamente almorcé con dificultad y me quedé llenísima, de lo cual deduje que mi necesidad de comer con vino no era una simple “excusa de alcohólica”, sino una auténtica necesidad cuasi-médica [un par de semanas después, llegaría a verlo de manera un tanto distinta, pero esto lo dejo para una entrada posterior]. Pasé la sobremesa viendo la serie y bebiendo tónica para intentar quitarme la “llenura” y, feliz y sorprendentemente, sí tuve energía para salir a media tarde, aunque iba un poco nerviosa por la experiencia inédita que se avecinaba... y que sólo un año antes me habría parecido inconcebible.

La compañera me explicó el funcionamiento de AA e insistió en que debía ir a las reuniones todos los días, al menos al principio, lo cual me generó cierta angustia, porque, a causa de mi trabajo y otras cuestiones de tipo médico, no podía – ni puedo – comprometerme a hacer nada “todos los días” y a veces ni siquiera puedo comprometerme para determinado día con antelación. Pero igual me reconfortó poder hablar de mi experiencia y mis temores en persona y en detalle con alguien que los podía entender perfectamente.

La reunión se dedicó íntegramente a mí. Tod@s l@s compañer@s contaron su historia, a menudo con referencias al daño que habían infligido a sus seres queridos, y me dieron algunos “consejos”, entre los que me llamó especialmente la atención el de plantearme la abstinencia como una cuestión de “24 horas”, sin mirar más allá. También confirmé, con el texto del “primer paso”, lo que yo ya había intuido sin verbalizarlo: que mi vida se había vuelto ingobernable a causa del alcohol.

Luego llegó mi turno de palabra y me encontré diciendo lo que tantas veces había oído en series y películas, pero que nunca pensé que yo llegaría a pronunciar: “Hola, me llamo Keija y soy alcohólica” [en posteriores reuniones cambiaría la fórmula por la de “enferma alcohólica”]. Inicié mi relato señalando que “lamentablemente, yo no le he hecho daño a nadie a consecuencia del alcohol, porque mi problema de adicción [o al menos, matizaría ahora, de consumo “excesivo”] empezó cuando me quedé ‘sola en el mundo’”. Mencioné también que mi problema, y por tanto mi tentación, no residía en los bares (donde en realidad mi consumo siempre se mantuvo estable), como en el caso de much@s de ell@s, sino en mi casa, lo cual resultaba aún más problemático porque no sólo “vivo” allí, sino que también trabajo desde casa.

Salí de la reunión un tanto abrumada por tanta atención y con el teléfono de otro compañero, quien, al igual que la compañera de la tarde, me dijo que podía llamarlo en cualquier momento, sobre todo si sentía la tentación de beber... Que fue precisamente lo que sentí en cuanto me despedí de ell@s: el deseo de tomarme una cervecita en cuanto llegara a casa, como tantas veces cuando volvía de una clase, una tertulia o una conferencia antes de cenar (cuando todavía hacía ese tipo de cosas, claro). Y sin embargo no lo hice... Y con ello cumplí otras 24 horas de abstinencia.

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