El preámbulo de Alcohólicos Anónimos especifica que “El
único requisito para ser miembro de A.A. es el deseo de dejar la bebida” y que
“A.A. no está afiliada a ninguna secta, religión [... y] no respalda ni se
opone a ninguna causa”.
Y sin embargo... Sin embargo, la palabra “Dios” está
omnipresente hasta la exasperación en toda su literatura, en los doce pasos del
“programa” (aunque en éstos se aclara, y en cursivas, “como nosotros lo concebimos”), de los cuales sólo cuatro no lo
mencionan, y en la “oración” (que yo prefiero entender como “frase” más que
como “rezo”) de la serenidad. (Frase que, por cierto, sin el “Dios, concédeme”
del principio, me ha parecido, desde que la oí por primera vez siendo muy
joven, una “receta de vida” aplicable a todo el mundo y no sólo a quienes
tenemos alguna adicción.)
Antes de acudir a AA, sabía de su sustrato religioso (que
sus miembr@s prefieren llamar “espiritual”) y era consciente de que podía
chocar con mi ateísmo. Lo que no esperaba era que dicho sustrato me provocara
dos serias “crisis de fe” (en mi capacidad de recuperación) en las primeras
seis semanas.
Intento aceptar y respetar individualmente a quienes hablan en primera persona de su creencia en un
“Poder Superior” y de sus “despertares espirituales”... Si esa herramienta les
ha servido para mantenerse sobri@s, perfecto... Del mismo modo que a mí
(salvando las distancias, puesto que mi proceso de recuperación es todavía
incipiente) inicialmente me ayudó, por ejemplo, no encender la tele.
Cosa muy distinta es, sin embargo, que un miembro concreto,
al que yo llamo El Fanático Religioso, un personaje siniestro que fácilmente
podría ser el gurú de una secta, un tipo de mirada huidiza tras las gafas y que
sin embargo te taladra cuando te mira a ojos, te diga a ti (o sea, a mí) en segunda persona o en primera persona del plural mirándote
fijamente: “Si no te entregas al Poder Superior, no podrás mantenerte sobria”, o
“El 90% de quienes estamos aquí, creemos en el Poder Superior”, en clara
alusión al restante 10%... que soy yo. Ya antes de estas declaraciones, en una
reunión en la que se me pidió que recitara la “Frase de la Serenidad” y yo utilicé
mi propia versión – “Me gustaría tener la Serenidad...” –, él la repitió
después con el “Dios, concédeme” y, aunque me pareció una falta de respeto a
mis (no) creencias, intenté tomármelo a broma: “La mía era la versión laica”,
dije.
Cuando se produjo mi primera “crisis”, le pregunté a mi
contacto original de la zona (a quien todavía no conozco en persona), si sabía
de algún grupo laico o me podía poner en contacto con algún/a miembr@ ate@... Lo
único que conseguí fue que me bombardeara a mensajes de Whatsapp intentando
“convertirme”. Y, cuando lo comentaba con otras personas, sólo oía: “Yo al
principio también me rebelaba contra todo eso, pero a la larga tuve un
‘despertar espiritual’”... (Y yo me pregunto: ¿Acaso no hay creyentes, católic@s,
musulmanes/as o budistas, que caigan en el alcoholismo?) Sólo encontré apoyo en
*un* compañero, quien me dijo que mi “Poder Superior” podía perfectamente ser
Yo Misma: la Yo Mejor que era antes de hundirme en el alcohol, y que tal vez
incluso podía llegar a ser mejor de lo que había sido.
Aun así, dos semanas después, volví a salir “aterrada” de
una reunión (que a otros niveles, sin embargo, resultó muy fructífera). 1) Por
un miedo difuso, y reconozco que irracional, a en efecto no poder mantenerme
sobria si no me “convertía” a alguna “religión”. Al igual que las monjas del
colegio me amenazaban con que si no creía en Dios, me iría al infierno, ahora
este Fanático Religioso me amenazaba con que si no creía en un “Poder Superior”,
caería de nuevo en el infierno del alcohol... Con la diferencia de que el
infierno de las monjas nunca me asustó, por abstracto y muy lejano, mientras
que el infierno del alcohol lo conozco lamentablemente demasiado bien. Y 2) Por
el temor a acabarme contagiando, por ósmosis, del “rollo espiritual” de mis
compañer@s... Pensé incluso que preferiría que el “adoctrinamiento” de AA fuera
en el catolicismo, o cualquier otra religión monoteísta, porque contra ellas
estoy ya inmunizada, tienen cierto grado de “coherencia interna” que es muy
fácil de rebatir racionalmente y conozco a much@s de sus miembr@s que las
practican “de aquella manera”: porque “hay que creer en algo” o “por si acaso” (hay
algo más allá). Mientras que esa “espiritualidad” medio-oriental medio-new-age que se proselitiza en AA es en extremo difusa y, por
tanto, potencialmente más insidiosa.
Y no puedo ni quiero
caer en las garras de la religión (la que sea).
No puedo porque:
1) Nací con una enfermedad congénita y tuve una infancia atroz. ¿Dónde estaba
Dios entonces, cuando estaba totalmente indefensa ante la enfermedad, una
enfermedad que “no me hice yo” sino que “me tocó” por puro azar, y carecía de
herramientas para afrontarla? El alcoholismo, en cambio, me lo hice yo solita...
y del alcohol decidí salir yo solita: con ayuda, de acuerdo, de mi amigo
ex-alcohólico de fuera primero y del grupo de AA después... pero no porque se
me haya aparecido ninguna imagen divina ni ninguna voz del más allá me haya susurrado
al oído que debía dejar de beber. (Tampoco fue mi “filosofía de vida” [otra
expresión que se repite a menudo en AA] lo que me llevó al alcoholismo, sino,
en todo caso, mi “modo de gestionar la vida” y sus sucesivos embates.) Y desde
que soy adulta, aunque no siempre haya sabido utilizarlas o incluso haya
renunciado a intentarlo, dispongo de herramientas psicológicas e intelectuales
para afrontar “las cosas”.
Y 2) Porque ni filosófica ni intelectualmente he encontrado nunca
ningún argumento convincente, racional,
de la existencia de ningún presunto dios, inteligencia universal, principio
creador o como se le quiera llamar.
Y no quiero
porque: 1) Si acabara siendo “creyente”, dejaría de ser YO, con mis principios,
mi ética y mi ideología. Porque lo que da forma a esa unidad que es Keija, que
soy YO, es la suma de mis experiencias pasadas (que no pueden cambiarse ya), de
mi personalidad (que admite, debo reconocerlo, bastantes mejoras) y de mi
ideología – feminista, marxista y atea –, que germinó en la adolescencia y se
fue apuntalando a lo largo de los años con el estudio y la lectura... y que es,
además, lo que me otorga sentido intelectual, filosófica e incluso profesionalmente.
Y 2) Yo ya entregué mi voluntad a un poder superior – el
alcohol – y, ahora que hasta cierto punto la he recuperado (aunque me queda
mucho por recuperar todavía), me niego a volver a hacer dejación de ella
entregándola a otro poder superior, es decir, sustituyendo una adicción por
otra. Ninguna entidad “superior” (es decir, sobrenatural) me va a ayudar en mi
proceso de mantenerme sobria. La razón es para mí el único instrumento válido.
Cierto que dicha razón no me sirvió mientras me hundía en el alcohol, pero,
ahora que he conseguido salir (al menos provisionalmente) del hoyo, cuento con
ella para contrastar mi presente, cada día más pleno (aunque objetivamente nada
haya cambiado en mi vida desde el 24 de diciembre), con ese pasado oscuro al
que decididamente no quiero volver.
“Eso es soberbia”, me dicen algun@s... “Arrogancia
intelectual”, me dicen otr@s... Tal vez... Tal vez sí me sienta “superior” a
otr@s, no por mi nivel intelectual-cultural, sino porque estoy convencida de
que yo no necesito la muleta de una religión para tener éxito en esta empresa,
como tampoco la necesité en el pasado para superar sucesivas crisis (hasta la
última, la que empezó hace siete años y acabó rompiéndome en añicos) y hacer
sucesivos cambios de vida. A la vez, soy perfectamente consciente de que frente
al alcohol tod@s l@s enferm@s alcohólic@s corremos el mismo riesgo: creyentes o
no, con estudios o sin ellos...
Cuatro días después de esa segunda crisis asistí a una
reunión (hasta entonces dejaba pasar 6-7 entre cada una), porque sentía que el
“rollo” del Poder Superior estaba poniendo en peligro mi recuperación (volvía a
rumiar y rumiar, como lo hacía antaño con otras cuestiones) y decidí plantear esa “inquietud” al grupo, aunque midiendo muy bien mis palabras para
no dar la impresión de “falta de respeto” a las creencias de l@s demás.
E hice bien, porque un compañero me “regaló” una analogía
estupenda para afrontar el bombardeo religioso-espiritual de AA: “Imagina que
vas al médico y te receta un tratamiento (médico) y, aparte, te dice que debes
rezarle a Dios porque eso te ayudará. Y, cada vez que vuelves a la consulta, te
repite lo mismo, aunque sin obligarte a ir a misa ni a hacer nada concreto. Y tú ves que el tratamiento funciona, así que decides continuarlo y ‘pasar’ del
‘rollo religioso’”.
Y a esa analogía debo aferrarme, puesto que, globalmente,
aunque siga pegando un respingo cada vez que oigo “Dios”, “Poder Superior” o
“espiritualidad”, el “tratamiento” que me ofrece AA, basado en compartir las experiencias
propias y escuchar las ajenas, en los mecanismos de identificación (aunque cada
un@ haya llegado ahí a raíz de distintas vivencias, a través de distintos
procesos, y con distintos patrones y niveles de consumo, tod@s entendemos a qué
nos referimos al hablar del alcohol y sus consecuencias, por la simple razón
de que lo hemos vivido) y el cariño sincero que (salvo excepciones como la del
mencionado Fanático) dispensan sus miembr@s a quienes empezamos el proceso,
tenemos “inquietudes” y/o sufren recaídas, me está funcionando. Y gracias a él,
y por supuesto también a mi propia fuerza
de voluntad, he logrado cumplir siete semanas de abstinencia.
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